Camino con un temblor colgando. Pequeñas contracciones como un collar grande que choca en el cuerpo con los pasos. Si por casualidad me toca, todo se agudiza y sudo. Cambio los ritmos según el trayecto, a veces quiero correr y me detengo. Veo los ojos de la gente y se me sonroja el estómago por dentro. Luego, mientras hago la fila del banco o del bus, me recuerdo frente al espejo con las manos en el pecho, veo como en una estampita esa risa incontrolable y la humedad del cieloraso. La fila se ensancha, soy más grande y puedo sentir la temperatura de la cajera y la del tercer hombre de la fila, que me sonríe con miedo.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
1 comment:
Es decir que el trópico existe gracias a la cercanía de la gente que lo habita.
Post a Comment